Sempre en parella

Sempre en parella reúne dípticos y parejas de obras que dialogan entre sí como dos voces que nacen del mismo mar.

Son piezas concebidas para acompañarse: comparten atmósfera, vibración y gesto, pero cada una conserva identidad propia.

Aquí la forma se desdobla para revelar un equilibrio:

dos presencias que se responden, se complementan y se sostienen, como si un mismo impulso creativo respirara en dos cuerpos de luz.

Estas parejas funcionan como paisajes emocionales: eco, ritmo, vínculo que no se rompe.

Juntas generan un territorio común donde lo doble no divide, sino que amplifica.

Porque en el arte —como en la vida— hay obras que sólo encuentran su sentido cuando van acompañadas.

Morriña

20 x 25 cm - Díptico lienzo. XC

Acrílico, gesso, arena, mica mineral

Morriña es el gesto de una ola que vuelve siempre al mismo lugar. El díptico recoge ese instante en que el mar toca la orilla como quien recuerda una casa antigua: un vaivén suave, repetido, que reconoce y abraza.

La obra está construida como un recuerdo en movimiento: las veladuras turquesas sugieren la distancia del océano, mientras que la arena y los blancos espumosos trazan la frontera íntima donde el agua se rompe y se reúne. Cada textura conserva la huella de ese regreso —una marea emocional que avanza, retrocede y vuelve a tocar.

Aquí, Morríña es pertenencia:

la llamada silenciosa de un mar que reconoce su costa y vuelve a ella sin perderse nunca del todo.

Xanelas I & II

20 x 25 cm - Díptico lienzo. XC

Acrílico, gesso, arena, pasta de modelar y mica mineral

Xanelas son dos aperturas hacia el mar: dos miradas que se asoman al borde del agua como quien abre una ventana y deja pasar la luz. El díptico recoge ese instante en que la orilla respira, avanza y retrocede, dejando en la superficie un mapa líquido de espuma, arena y claridad.

Cada panel funciona como un fragmento del mismo gesto:

En Xanela I, el agua llega con fuerza suave, rompiendo la superficie en remolinos turquesa.

En Xanela II, la marea se retira, dejando al descubierto la transparencia del fondo y una línea de luz que ordena el paisaje.

Las texturas minerales conservan la vibración de la ola, un movimiento que limpia, renueva y abre espacio. Es una obra sobre el acto de asomarse: mirar el mar como quien reconoce un lugar que siempre vuelve a llamarnos.

Aquí, Xanelas es horizonte:

un umbral desde el que ver —y respirarse— con más claridad.

Se chove que chova

20 x 25 cm - Díptico lienzo. XC

Acrílico y tintas acrílicas

Se chove que chova es un díptico que asume la tormenta sin resistencia: una obra que nace del gesto de dejar caer lo que tenga que caer. Las tintas se expanden como nubes que se abren, lluvias que resbalan por la superficie y corrientes interiores que encuentran su cauce.

En cada panel, los pigmentos azules, violetas y rosas funcionan como climas emocionales distintos:

– uno es oleaje que sube,

– el otro es cielo que descarga.

La obra captura ese instante en el que la emoción se vuelve atmósfera: el color llueve, se mezcla, busca su propio camino y revela, al secar, un territorio nuevo.

Las veladuras fluidas crean un paisaje cambiante donde nada permanece fijo: el agua decide la forma. Es un díptico sobre aceptar el tiempo, aceptar lo que llega y lo que se va, como una estación que hace su trabajo.

Aquí, Se chove que chova es rendición luminosa:

lo que cae, limpia.

lo que moja, revela.

lo que empapa, transforma.

Inhala

40 x 40 cm - lienzo. XC 065

Acrílico, arcilla, pasta de modelar, gesso y polvo de mica

Inhala es un territorio que se abre hacia dentro: una expansión suave donde la materia respira, se eleva y recibe.

Los verdes, turquesas y dorados forman una atmósfera que parece suspender el tiempo, como el instante exacto en que el aire entra y el cuerpo se ensancha.

Las texturas funcionan como poros de una geología viva:

cráteres, relieves y grietas que inhalan luz y memoria, dejando que la superficie se convierta en un espacio interior.

Aquí la forma no empuja: acoge.

Todo se mueve hacia el centro, hacia ese punto donde nace la calma antes del impulso.

En Inhala, la materia se hace respiración:

una apertura que prepara el gesto, un silencio que invita a entrar.

Exhala

40 x 40 cm - lienzo. XC 066

Acrílico, arcilla, pasta de modelar, gesso y polvo de mica

Exhala es expansión y desprendimiento: una materia cálida que irradia, empuja y libera.

Los rojos, dorados y tierras abren un territorio donde la energía se desborda hacia fuera, como el aliento que estalla después de contenerse.

Las texturas funcionan como una geología incandescente: cavidades, filamentos y pulsos que recuerdan magma vivo, moviéndose hacia la superficie para decir su verdad.

Aquí la forma no recoge: se entrega.

El gesto se vuelve fuego, impulso y claridad que avanza sin miedo.

En Exhala, la materia se vuelve respiración abierta: una fuerza que atraviesa, un movimiento que afirma, una voz que sale al mundo.

Solpor

30 x 40 cm - Díptico. XC 067

Acrílico, gesso, arena.

Solpor es el instante en que el día se inclina hacia el silencio.

Un horizonte cálido se despliega en dos cuerpos que comparten un mismo resplandor: ocres, rosados y rojos que se derraman como luz que desciende.

Las texturas, casi minerales, evocan la piel de una tierra que respira al final de la tarde: un latido lento, una combustión suave, una despedida luminosa.

Aquí la forma se divide para intensificar su eco: dos superficies que hablan desde una misma caída del sol, dos presencias que sostienen el mismo fulgor.

Es un díptico-crepúsculo: un territorio donde el día se entrega, y la luz, aún viva, se vuelve memoria.

Carril

30 x 40 cm - Díptico. XC 068

Acrílico, gesso, arena.

Carril es una marea quieta: dos planos que respiran en un mismo ritmo azul.

La superficie trabaja como una deriva suave donde el agua se vuelve textura, gesto y profundidad calma.

Los relieves evocan la arena que se repliega bajo un mar en reposo, la huella líquida de una bajamar que revela caminos, silencios, territorios íntimos.

En este díptico la forma se divide para amplificar su horizonte: dos cuerpos que comparten una misma claridad atlántica, dos orillas que se buscan sin moverse.

Es un paisaje suspendido, un intervalo de luz que conserva la serenidad de la costa cuando todo se aquieta.

Rising Sirius

50 x 70 cm - Díptico. XC 060

Acrílico, gesso, arena, veladuras acuosas

Rising Sirius es un díptico que captura el ascenso de la estrella más brillante del firmamento: dos cuerpos de luz que emergen desde un océano cósmico en plena combustión.

Las dos piezas dialogan como si fuesen hermanas binarias, orbitando una misma fuerza interior.

Las texturas minerales abren un espacio donde materia y energía se mezclan: turbulencias, nebulosas, ondas expansivas que recuerdan el nacimiento de una estrella.

En el centro, los núcleos luminosos laten como dos corazones astrales que se buscan, se responden y se equilibran.

El díptico revela un movimiento ascendente: una elevación, un despertar, un regreso a la luz primigenia.

Aquí la estrella no solo brilla: se alza.

Es el gesto de una potencia que vuelve a encenderse.

Eva

40 x 50 cm - lienzo. XC 063

Acrílico, tintas.

Eva es una génesis íntima: una esfera de carne y luz que emerge entre pigmentos en ebullición, como si el primer latido del universo tomara forma humana.

La superficie vibra con veladuras y tensiones cromáticas que sugieren nacimiento, pulsación, deseo. La materia no describe un cuerpo: lo convoca.

En esta forma redonda —códice de origen, vientre, planeta— se entrelazan lo biológico y lo cósmico, lo femenino y lo primordial.

Aquí Eva no es mito ni relato moral: es la primera vibración, la energía que da inicio a todo ciclo creativo.

Cada trazo funciona como una célula que despierta; cada color, como una memoria de vida que aún no sabe que existe. La obra respira expansión, urgencia, potencia ancestral.

Porque Eva no cuenta el origen del mundo: lo encarna.

Adán

40 x 50 cm - lienzo. XC 064

Acrílico, tintas.

Adán es una erupción de tierra y océano: un núcleo esférico donde la materia se organiza por primera vez como voluntad de forma.

Aquí el origen no desciende del cielo: brota de la geología íntima del universo.

Los verdes, turquesas y óxidos se entrelazan como placas tectónicas recién nacidas, revelando una energía que empuja hacia afuera: impulso, movimiento, respiración primigenia.

La obra late como un planeta recién formado —vivo, húmedo, turbulento— que busca su equilibrio entre la luz y la sombra.

En Adán, lo humano es apenas intuición:

una fuerza que despierta, un gesto que toma cuerpo dentro del caos creador.

Mientras Eva encarna el pulso de la vida, Adán representa la materia que decide levantarse, el primer acto de afirmación del ser.

Ambos forman un díptico invisible: dos vibraciones nacidas del mismo estallido, dos modos de decir origen.

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