Cosmoxénese

Universos que nacen donde el mar toca el infinito.

Cosmoxénese reúne obras que exploran la geografía íntima del universo:

islas suspendidas, planetas sumergidos, constelaciones líquidas que laten como fragmentos de origen.

Cada pieza funciona como una cartografía cósmica: materia terrestre que se eleva hacia lo desconocido, relieves que sugieren órbitas, respiraciones y territorios aún por nombrar.

Aquí el paisaje no es solo mundo: es génesis,

una forma de recordar que todo —como nosotros— empezó en el mismo océano de luz.

Selene

50 x 70 cm - Lienzo. XC 058

Acrílico, gesso mineral , arena, veladuras profundas.

Selene es una contemplación del brillo lunar como geología suspendida: un astro cercano que respira luz fría sobre un océano de sombra.

La superficie revela cráteres, veladuras y rastros minerales que evocan una memoria antigua, como si la luna guardara en su piel el eco de todas las mareas.

El fondo oscuro funciona como un espacio en expansión: un cielo que no delimita, sino que invita a entrar.

Aquí la luz no ilumina: guía.

Selene es la presencia silenciosa que observa, la que marca ciclos, ritmos y renacimientos, la que recuerda que incluso en la noche más profunda existe un centro que permanece vivo.

Titán

70 x 90 cm - lienzo. XC 059

Acrílico, gesso, arena, veladuras acuosas

Titán es una cartografía en espiral: un planeta que parece formarse mientras lo miras, como si su superficie aún estuviera en proceso de nacer.

Las líneas circulares funcionan como estratos en movimiento, capas de tiempo que se desplazan unas sobre otras, revelando un núcleo cálido y vivo.

El entorno oscuro abre un espacio sideral donde flotan órbitas, partículas y ecos de otros cuerpos celestes.

Es un paisaje cósmico que palpita: una geología del universo, donde el color y la luz se comportan como memoria en expansión.

Aquí el planeta no está quieto: crece, respira, se despliega.

Es una metáfora del origen —de todos los orígenes— y una invitación a contemplar cómo lo esencial se forma desde dentro hacia afuera.

Rising Sirius

50 x 70 cm - Díptico. XC 060

Acrílico, gesso, arena, veladuras acuosas

Rising Sirius es un díptico que captura el ascenso de la estrella más brillante del firmamento: dos cuerpos de luz que emergen desde un océano cósmico en plena combustión.

Las dos piezas dialogan como si fuesen hermanas binarias, orbitando una misma fuerza interior.

Las texturas minerales abren un espacio donde materia y energía se mezclan: turbulencias, nebulosas, ondas expansivas que recuerdan el nacimiento de una estrella.

En el centro, los núcleos luminosos laten como dos corazones astrales que se buscan, se responden y se equilibran.

El díptico revela un movimiento ascendente: una elevación, un despertar, un regreso a la luz primigenia.

Aquí la estrella no solo brilla: se alza.

Es el gesto de una potencia que vuelve a encenderse.

Tecesonos

70 x 90 cm - lienzo. XC 061

Acrílico, gesso, arena, papel, pasta de modelar, red, tela

Tecesonos es una luna que no ilumina desde fuera, sino desde dentro.

Una forma nacida de capas, hilos y sedimentos que evocan lo que se teje en silencio: vínculos, memorias, corrientes que sostienen sin ser vistas.

La superficie funciona como un telar cósmico donde cada partícula —arena, papel, red, pigmento— actúa como un hilo que recoge lo vivido y lo transforma.

La red, casi oculta, vibra como una trama que recoge lo frágil; la luna, emergente y blanca, asciende como un amuleto que guarda la noche.

Aquí la materia se vuelve rito: un círculo que protege, un latido que se eleva, un espacio donde la luz se hila con la sombra para revelar una presencia serena.

Tecesonos es una luna tejida de memoria,

un refugio suspendido sobre un océano de azules profundos.

Moiras

70 x 90 cm - lienzo. XC 062

Acrílico, gesso, arena, tintas, polvo de mica dorado y nacarado, betún

Moiras es una cartografía del destino, un tejido cósmico donde tres esferas laten como núcleos de tiempo: pasado, presente y futuro dialogando en un mismo plano de luz y sombra.

La superficie —erosionada, profunda, llena de veladuras— funciona como un mapa ancestral: cada grieta parece escrita por algo más antiguo que la mano, como si la materia guardara la memoria de lo que ya fue decidido y lo que aún está por nacer.

Las esferas brillan con polvo nacarado y oro, recordando la labor secreta de las Moiras: hilar, medir y cortar.

Aquí no hay tragedia, sino un orden íntimo: el reconocimiento de que toda vida se mueve entre tensiones, caminos y bifurcaciones que convergen en un mismo hilo luminoso.

Moiras es, en esencia, un cosmos gobernado por tres fuerzas que entrelazan lo humano y lo divino.

Un territorio donde el destino no aprisiona: revela.

Eva

40 x 50 cm - lienzo. XC 063

Acrílico, tintas.

Eva es una génesis íntima: una esfera de carne y luz que emerge entre pigmentos en ebullición, como si el primer latido del universo tomara forma humana.

La superficie vibra con veladuras y tensiones cromáticas que sugieren nacimiento, pulsación, deseo. La materia no describe un cuerpo: lo convoca.

En esta forma redonda —códice de origen, vientre, planeta— se entrelazan lo biológico y lo cósmico, lo femenino y lo primordial.

Aquí Eva no es mito ni relato moral: es la primera vibración, la energía que da inicio a todo ciclo creativo.

Cada trazo funciona como una célula que despierta; cada color, como una memoria de vida que aún no sabe que existe. La obra respira expansión, urgencia, potencia ancestral.

Porque Eva no cuenta el origen del mundo: lo encarna.

Adán

40 x 50 cm - lienzo. XC 064

Acrílico, tintas.

Adán es una erupción de tierra y océano: un núcleo esférico donde la materia se organiza por primera vez como voluntad de forma.

Aquí el origen no desciende del cielo: brota de la geología íntima del universo.

Los verdes, turquesas y óxidos se entrelazan como placas tectónicas recién nacidas, revelando una energía que empuja hacia afuera: impulso, movimiento, respiración primigenia.

La obra late como un planeta recién formado —vivo, húmedo, turbulento— que busca su equilibrio entre la luz y la sombra.

En Adán, lo humano es apenas intuición:

una fuerza que despierta, un gesto que toma cuerpo dentro del caos creador.

Mientras Eva encarna el pulso de la vida, Adán representa la materia que decide levantarse, el primer acto de afirmación del ser.

Ambos forman un díptico invisible: dos vibraciones nacidas del mismo estallido, dos modos de decir origen.

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